domingo, 23 de agosto de 2009

Volver a empezar / de maria coda


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La Libertad Primera y Última ¿Cómo puede uno darse cuenta de una emoción sin darle nombre o sin clasificarla? Si percibo un sentimiento, parece que sé lo que ese sentimiento es, casi inmediatamente después que surge. Es automático necesitamos saber “Que es” ¿Por qué le ponemos nombre enseguida a alguna cosa? ¿Por qué le ponemos rotulo a un color, un tema de música, a una persona, a un sentimiento, una amistad, a una relación? Será que nos sentimos seguros (o al menos queremos eso…) creo que inconcientemente uno lo hace para comunicar el propio sentimiento, para describir lo que el tema le hace sentir, y así sucesivamente, o para identificarse con ese sentimiento. ¿No es así? O nunca lo pensaron ¿? Yo nombro algo, por ejemplo un sentimiento o un estado y para comunicarlo. "Estoy enojada", “Estoy loca”, “Quiero estar con vos”. Luego me di cuenta que lo hago porque me identifico con ese sentimiento entonces me hace falta afirmarlo porque así creo fortalecerlo, en caso contario puede ser para disolverlo o para hacer algo a su respecto. Al dar un nombre creemos haber comprendido la situación; la hemos clasificado y creemos que por eso hemos entendido el contenido total. Perdón si los mareo pero son cosas que se cuestionan. Al dar un nombre a alguna cosa, la hemos puesto simplemente en una categoría, y creemos haberla comprendido; no la miramos más de cerca. Pero si no le damos un nombre, nos vemos obligados a mirarla. Es decir, nos acercamos a lo que fuere, en actitud nueva, con una nueva cualidad de examen; la miramos como si nunca la hubiésemos visto antes. Pensemos al ponerle nombre es un manera muy cómoda de deshacerse de las cosas y de la gente. Les ponéis un rótulo y destruís el rótulo. Pero si no le ponéis un rótulo a una persona, te ves obligado a observarla, y entonces resulta mucho más difícil olvidar a alguien. Podemos destruir el rótulo, con una bomba, y sentir que hicimos lo correcto. .. Medítenlo. ¿Entonces? ¿Cómo nombramos, escogimos, clasificamos? Todos sentimos que hay un centro, un núcleo, desde el cual actuamos, juzgamos, sentimos y denominamos, ¿no es así? ¿Qué es ese centro, ese núcleo? Para es una esencia espiritual, Dios o lo que os plazca. Por lo tanto, el gran desafío es descubrir qué es ese núcleo, ese centro que nombra, define, juzga. Ese centro, por cierto, es la memoria, ¿no es así? Una serie de sensaciones identificadas y conservadas; el pasado, vivificado a través del presente. Ese núcleo, ese centro, se alimenta del presente al nombrar, al clasificar, al recordar. El pensar surge mediante la verbalización o bien la verbalización empieza a responder al pensar. Por suerte que el nombrado centro, el núcleo, es el recuerdo de innumerables experiencias de placer y dolor, expresado por medio de palabras. Obsérvate por favor, y te vas a dar cuenta que las palabras, los nombres, tienen mucha más importancia que la substancia; en conclusión… vivimos de palabras. Las palabras como verdad, Dios, amor o los sentimientos que esas palabras representan, han adquirido para nosotros gran importancia. Nuestro centro, el núcleo, es la palabra, el rótulo. Si el nombre no hace al caso, si lo que importa es aquello que está detrás del nombre, entonces podes inquirir; pero si está identificado con el nombre nos confundidos con él, y no podemos seguir. Vivimos en una “Sociedad” que estamos identificados con el nombre: la casa; la forma, el nombre, el mobiliario, la cuenta bancaria, nuestras opiniones, nuestros estimulantes, y así sucesivamente. Somos todas esas cosas; y esas cosas están representadas por un nombre. Las cosas han llegado a ser importantes, los nombres, los rótulos; y, por lo tanto, el centro, el núcleo, es la palabra. Basta!!!!!!!!!! No poner nombre, y considerar cada sentimiento a medida que surge.

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